SERIE ROJA – 3
LA EJECUCIÓN DEL ZAR NICOLÁS II
Ricardo Veisaga
Hubo varios planes sobre el zar Nicolás II y su familia, uno de ellos fue del Comité Ejecutivo Central Panruso, y consistía en trasladar a Nicolás II a Moscú, en donde Trotski pretendía realizar un gran juicio político contra el zar. Pero los planes de los bolcheviques de Ekaterimburgo eran diferentes.
Los bolcheviques de Ekaterimburgo estaban dirigidos entonces por el dirigente del Sóviet de los Urales, Filipp Isáyevich Goloshchokin. Este dirigente era conocido por su radicalismo y sus pretensiones de tomar en su control al zar, y encarcelarlo o en su defecto eliminarlo. Este dirigente de origen judío, ocupó varios cargos directivos en los Comités de Soviet durante la Revolución de Octubre.
Filipp Goloshchokin había ingresado en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) en 1903. Estuvo seis años exiliado en Siberia, allí conoció a Yákov Sverdlov y conservó su amistad, lo que luego le serviría para ascender a la cúpula del partido. Algunos de sus biógrafos describen a Filipp Goloshchokin como una persona despojada de piedad, con rasgos de un verdugo con muestras de personalidad degenerada.
Fue muy apreciado por Lenin por su personalidad resuelta, ejerció como comisario del Sóviet de los Urales y de la policía, conocida como Checa, desde agosto de 1917 hasta el 30 de diciembre de 1925. Goloshchokin junto a Yákov Sverdlov fueron los responsables intelectuales de la ejecución del zar Nicolás II y de su familia en junio de 1918. Ambos planificaron el asesinato de la familia Románov, que se encontraban prisioneros de los bolcheviques en Ekaterimburgo, estos, obtuvieron el visto bueno de la cúpula del Sovnarkom (SNK), así es como llamaban al Consejo de Comisarios del Pueblo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
Cuando era dirigente de Kazajistán, promovió la guerra civil, ocupo distintos cargos en el Sóviet central desde el 31 de diciembre de 1932 hasta el 15 de octubre de 1939, fecha en que fue arrestado. El 28 de octubre 1941 fue ejecutado, siendo rehabilitado post morten en 1961.
A principios de abril, Yákov Sverdlov, ordenó al comisario Vasili Yákovlev que llevara a la familia imperial a la capital, sanos y salvos. Estaba previsto que pasaran por Ekaterimburgo para evitar sospechas, pero ante el temor de una emboscada, Yákovlev cambió de rumbo en dirección a Omsk. Goloshchokin sospechando que estaban preparando la fuga del zar a Japón, logró que Yákov Sverdlov autorizara el retorno del zar y su familia a Ekaterimburgo, pero con la garantía de que los Románov no sufrieran daños.
El 30 de abril de 1918, los zares llegaron esa ciudad el 30 de abril de 1918, a las ocho cuarenta de la mañana. Sus hijos se les unieron el 23 de mayo, ya que habían viajado por separado. Los Románov fueron enviados presos a Ekaterimburgo porque allí reinaba la postura comunista más dura. En Ekaterimburgo odiaban a Nicolás II, a quien llamaban «Nicolás, el sangriento», por las persecuciones que la policía zarista allí había desatado, también temían por sus vidas si la monarquía era restaurada.
Todos los miembros de la familia real, por orden de Yurovski, fueron llevados a la «Casa del Propósito Especial» un nombre que no auguraba nada bueno. También se la llamaba «La Casa Ipátiev» cuya propiedad pertenecía a Nikolái Ipátiev, un ingeniero del ejército, ya retirado, convertido en un exitoso hombre de negocios.
La casa había sido requisada el día anterior, esta era de dos plantas, de piedra, con lujos poco comunes para la época y el lugar: agua corriente y luz eléctrica; tres dormitorios, un comedor, salón, recepción, cocina, baño y aseo en la planta superior. La planta inferior estaba casi vacía, había un sótano y varias dependencias anexas, una de ellas usada para guardar las pertenencias de la familia real, ya que se había requisado las pertenencias de la familia real, y recluidos en sus habitaciones. No dejarían esa casa con vida.
Yákov Yurovski, convirtió la casa en una prisión de alta seguridad, ordenó levantar unas empalizadas de madera que impedían la comunicación con el exterior, y el 15 de mayo hizo cubrir las ventanas con pintura blanca. Cuando llegaron los cinco hijos del zar, las muchachas llevaban ocho kilos de piedras preciosas en sus corsés. Mientras tanto, la Checa hizo su trabajo de inmediato, arrestó a cuatro personas al servicio de la pareja real: el príncipe Iliá Tatíschev, asistente de Nicolás, a A. Vólkov, ayuda de cámara de la emperatriz, a la princesa Anastasia Gendrikova, su dama de honor y a Catalina Schneider, lectora de la Corte. Todos fueron a la prisión local, donde fueron ejecutados. La familia real nunca lo supo.
Filipp Goloshchokin había viajado a Moscú a finales del mes de junio, con motivo del V Congreso de los Sóviets, luego de una reunión con Lenin se decidió ejecutar al zar y a su familia, sin fijar ninguna fecha. El 4 de julio, la Cheka local, comandada por un hombre de confianza de Lenin, Yákov Yurovski, se hizo responsable de la vigilancia de la Casa de Ipátiev.
La situación en la región se había puesto muy delicado para los bolcheviques, tanto es así, que la misma Ekaterimburgo corría peligro de ser atacado por la «Legión Checoslovaca». Al comenzar la Primera Guerra Mundial, tanto los inmigrantes checos y eslovacos que vivían en Rusia solicitaron al zar Nicolás II, la creación de un cuerpo checoslovaco en el ejército imperial ruso.
El zar aceptó la propuesta, y en 1915 la Compañía checoslovaca se integró en el ejército ruso. La compañía engrosó sus filas gracias a desertores y prisioneros checos y eslovacos del ejército austrohúngaro en el frente ruso. En febrero de 1916 se denominó Regimiento de fusileros checoslovacos y en mayo de 1916 adquirió el estatus de brigada con más de 7.000 hombres.
Los dirigentes nacionalistas checos y eslovacos Štefánik y Tomás Masaryk viajaron a Rusia para organizar lo que sería en el futuro el ejército checoslovaco. En septiembre de 1917, se formó la División de fusileros husitas para convertirse a finales de 1917 en el Cuerpo Checoslovaco de Rusia con casi 65.000 soldados checoslovacos. Luego de la toma del poder por parte de los bolcheviques, en cumplimiento del acuerdo entre Lenin y el imperio alemán, la Rusia bolchevique firmó con las Potencias Centrales el tratado de Brest-Litovsk, en marzo de 1918.
En cumplimiento del Tratado, Rusia abandonaba la guerra, pero prometiendo a los miembros de la Entente la evacuación de la Legión Checoslovaca hacia Francia. Ante el bloqueo naval alemán, se decidió que la Legión Checoslovaca saliera de Rusia por Vladivostok con rumbo a Estados Unidos. A poco de iniciar la Legión Checoslovaca su marcha a través de Siberia en el Transiberiano, los bolches, incumpliendo el acuerdo ordenaron detener a los desertores checoslovacos del ejército austríaco para ser repatriados a Austria, donde les esperaba el fusilamiento.
Ante esto, se suscitaron algunos incidentes. El comisario para la guerra León Trotski ordenó el inmediato desarme de la Legión Checoslovaca. La respuesta de la Legión Checoslovaca no se hizo esperar, en mayo de 1918, tomaron por las armas la estación ferroviaria del Transiberiano y la ciudad de Cheliábinsk, ubicada a 210 kilómetros al sur de Ekaterimburgo, para presionar a los bolcheviques para que cumplieran el acuerdo.
Muchos miembros de la Legión engrosaron las filas del Ejército Blanco del Almirante Aleksandr Kolchak, la mayoría se mantuvieron como unidad. Después de arrebatar ocho vagones repletos de oro de la reserva imperial rusa, la Legión Checoslovaca contó con la suficiente capacidad de presión para negociar su retirada con los bolcheviques y por fin abandonó Rusia en 1920.
El día 16 de julio, Goloshchokin le envió un telegrama cifrado a Zinóviev, pero con destino a Sverdlov y Lenin solicitando la ejecución inmediata de la familia imperial. La respuesta afirmativa de Moscú, es posible que la respuesta haya emanado directamente de Lenin, llegó ese mismo día. La respuesta decía que «todos los Románov que hubiese en la zona» fuesen ejecutados con el pretexto de una fuga inventada.
Una vez en el poder, los bolcheviques tenían algunos temores sobre la suerte del zar y su familia. Se especulaba en que pudieran huir, lo que parecía imposible; que el ejército «Blanco» los rescatara de su prisión, que era probable; que lo hicieran los alemanes, que se harían así de un prisionero de lujo, o que una derrota en el frente, o un descalabro mayor en la economía, impulsaran una restauración de la monarquía.
En noviembre de 1917, los comunistas ya habían debatido el destino del zar, pero no habían llegado a un acuerdo total. Pipes revela que, en 1911, Lenin había escrito que era preciso: «Decapitar a por lo menos un centenar de Románov. Una ejecución en masa como esa podría ser, con todo, arriesgada, considerando los profundos sentimientos monárquicos de la cultura del pueblo».
Los rojos, los más radicales, en especial León Trotski, plantearon entonces un juicio público como el que terminó con la decapitación de Carlos I de Inglaterra en 1649, o como el que condenó a la guillotina a Luis XVI de Francia, en 1793. De alguna manera pensaba igual que Robespierre cuando pidió la guillotina para el rey francés: «Si el rey no es culpable, entonces lo son quienes lo han destronado».
La familia real, en tanto vivía con la esperanza de ser rescatados, en esos días habían recibido unos mensajes secretos, que estaban escondidos en las tapas de corcho de los frascos de especies y mermeladas que les enviaban, supuestamente, unas monjas del cercano convento de Novotijvinski, en esas notas se hablaban de un inminente rescate. Pero no era verdad, todo era parte de un plan urdido por Yákov Yurovski y su Checa. Convencido de una eventual liberación, el 13 de julio, el zar anotó en su diario: «No tenemos noticias del exterior».
La familia real confiaba en salvar sus vidas. Pidieron la ayuda del rey británico Jorge V (su primo), pero esa ayuda nunca llegó. En Tobolsk, la histórica capital de Siberia que había sido el sitio de su primera prisión, la emperatriz había anotado en su diario el 10 de abril de 1918, que había «cosido las joyas a la ropa, con la ayuda de los niños». Eso era cierto, la ropa interior de las muchachas y hasta la del zarévich estaban llenas de joyas y diamantes, lo que sería decisivo para hacer más sangrienta su brutal ejecución.
La planificación misma del magnicidio fue llevada a cabo por Yurovski, quien se reservó el derecho de disparar primero sobre el «verdugo coronado» como llamaban a Nicolás II. Además de Yurovski, la banda la integraban, Gregoy Nikulin, asistente de Yurovski, Piotr Ermakov asistente de Goloshchokin, Piotr Medveyed, S. Vagánov, Andreas Vergasi, Laszlo Horvath, Víctor Griinfeldt, Imre Nagy, Emile Fekete, Anselm Fischer e Isidor Edelstein. Todos asesinos probados y miembros de la Cheka.
En total el escuadrón estaba conformado por doce hombres, siete de los cuales eran excombatientes húngaros, a cada uno de ellos se les asignó una víctima; dos de ellos se negaron a disparar sobre mujeres y al menos uno de ellos fue desechado y reemplazado por Piotr Ermakov.
Uno de los hombres al servicio de Filipp Goloshchokin, Piotr Ermakov, fue encargado de eliminar toda evidencia del asesinato, pero no pudo conseguir los dos camiones de transporte necesarios hasta el día siguiente. A Ermakov, además de participar en el pelotón, se le encargó la tarea de encender los motores de ambos vehículos para ahogar el ruido de los disparos.
Piotr Ermakov, desde 1917 ejercía como miembro de la guardia de combate de la planta Verj-Isetski, dedicada a la protección de las reuniones clandestinas, la expropiación de la propiedad privada, y el asesinato de provocadores leales, y el control del campesinado del Ural.
Se cree que la rutina en la Casa Ipátiev los zares y sus hijos se levantaban a las nueve, tomaban el té a las diez, el almuerzo se servía a la una, el té de la tarde a las siete y la cena a las nueve. Todos se iban a dormir a las once. Salvo a la hora de las comidas, los prisioneros permanecían en sus habitaciones. El zar Nicolás II cayó en la depresión, empezó a dejar de lado su diario personal y sólo gozaba de los paseos por el jardín con su pequeño hijo, lo único que lo apartaba de la rutina.
A los prisioneros se les permitía un breve ejercicio diario en un jardín cerrado. Las ventanas de sus habitaciones estaban pintadas y se mantenían aisladas del exterior. Se construyó una valla de madera alta alrededor del perímetro exterior de la casa, cerrándola desde la calle. No se les permitía concurrir a la iglesia, pero los sábados un sacerdote celebraba misa en una capilla improvisada en el salón, bajo la mirada de los guardias. Nicolás II leyó en esos días, por primera vez, el libro la «Guerra y Paz» de L. Tolstoi.
El 15 de julio, Yurovski fue visto en los bosques del norte de la ciudad, buscaba un sitio donde quemar y enterrar los cadáveres. Encontró el pozo abandonado de una mina de oro en una zona conocida como «Cuatro Hermanos» cerca del poblado de Koptyaki y donde hoy, en recuerdo de los Románov, se alza el monasterio y templo de Ganina Yama, lugar de grandes manifestaciones anuales de fervor hacia los zares.
La noche del 16 de julio fue también rutinaria para la familia real. La zarina Alejandra hizo su última anotación en su diario a las once de la noche, antes de retirarse a su cuarto y nada hace sospechar que intuyera su destino. Horas antes, a las seis de la tarde, Yákov Yurovski, tuvo el único gesto de piedad del día, fue a buscar al aprendiz de cocinero, un chico llamado Leonid Sedniev y le pidió que se marchara de la casa.
Yákov Yurovski, para justificar su ausencia ante los Románov, porque Leonid era compañero de juegos del zarévich Alexei, le dijo que el muchacho debía reunirse con su tío Iván Sedniev, miembro de la corte. Era una mentira, Iván Sedniev había sido ejecutado por la Checa semanas atrás. A la misma hora que mandaba a Leonid fuera de la casa, Yurovski hizo estacionar un camión Fiat en la entrada principal de la Casa Ipátiev, detrás de la empalizada, el camión sería el vehículo encargado de transportar los cadáveres.
A las diez de la noche, Yurovski le dijo al capitán de la guardia, Pável Medvédev que informara a sus hombres que los Románov iban a ser ejecutados esa noche y que no se alarmaran si escuchaban disparos. El Sóviet de los Urales ya había enviado a Moscú un telegrama dirigido a Lenin en el que le informaba su decisión de matar a los prisioneros.
Alrededor de la medianoche del 17 de julio de 1918, Yurovski entró en la habitación del segundo piso y despertó a Yevgueni Botkin, médico de la familia real y del zarévich, que en ese momento estaba despierto y escribiendo una carta. Le pidió que despertara a la familia imperial y a sus tres sirvientes restantes, para que todo el grupo pudiera ser evacuado de Ekaterimburgo.
El pretexto fue que las fuerzas del Ejército Blanco de los socialistas democráticos moderados y zaristas en la Guerra civil rusa de 1918-1921, se estaban acercando a la ciudad y que había producido disparos en las calles. Dijo Yurovski que había disturbios en la ciudad, y que iban a conducirlos a un sótano, para luego llevar a los Románov a un lugar seguro. Nadie sospechó nada.
Después de tomar aproximadamente media hora para vestirse y empacar, los Románov, Botkin y los tres sirvientes fueron llevados por un tramo de escaleras hacia el patio de la casa, y desde allí a través de una entrada en la planta baja a una pequeña habitación en el sótano. Los prisioneros bajaron al sótano, el primero fue el zar Nicolás II, con el zarévich en brazos, ambos vestidos con camisa y gorra militar, la zarina y sus cuatro hijas, la princesa Anastasia con Jeremy, su perro spaniel.
Luego siguieron el doctor Yevgueni Botkin, seguido del ayuda de cámara Alexei Trupp, el cocinero Ivan Jaritónov y de la dama de honor de la zarina, Anna Demidova, que llevaba consigo dos almohadas, una de ellas ocultaba una caja metálica con joyas. El sótano de cinco por seis metros, carecía de muebles, una ventana en forma de medialuna que daba a la calle estaba cerrada por barrotes, a la única puerta de entrada se le oponía otra, clausurada, que daba a un cuarto de almacenamiento.
La zarina pidió algunas sillas y Yákov Yurovski hizo que llevaran dos: en una se sentó el zar con su hijo en brazos, el zarevich Alexei (príncipe heredero) y la zarina Alexandra se sentó en la otra a pedido del zar Nicolás II. El resto del grupo que estaba detrás y a un lado de la pareja sentada, permaneció de pie. Yákov Yurovski salió del cuarto y regresó tiempo después, con diez hombres armados.
En su relato del crimen, hecho dieciséis años después, en 1934, Yurovski comentó:
«Cuando el destacamento hubo entrado, dije a los Románov que, dado que sus parientes proseguían con su ofensiva contra la Rusia soviética, el Comité Ejecutivo del Soviet de los Urales había tomado la decisión de fusilarlos. Nicolás dio la espalda al destacamento y se colocó de cara a su familia. Entonces, como recogido sobre sí mismo, se dio la vuelta y preguntó: ‘¿Qué? ¿Qué?’ Rápidamente repetí lo que acababa de decir y ordené al destacamento que se preparara. A sus integrantes se les había dicho previamente a quién dispararle y que apuntaran directamente al corazón para evitar el exceso de sangre y para terminar rápido. Los demás exclamaron algunas incoherencias. Todo esto duró unos pocos segundos. Después comenzó el tiroteo, que duró dos o tres minutos. Yo maté a Nicolás en el acto».
Esta es la versión edulcorada de la matanza de Yurovski. Según el profesor de historia de la Universidad Estatal Ural Maksim Gorki, Ivan Plotnikov, ha establecido que los verdugos fueron Yákov Yurovski, G. P. Nikulin, M. A. Medvédev (Kudrin), Peter Ermakov, S. P. Vaganov, A. G. Kabanov, P. S. Medvédev, V. N. Netrebin y Y. M. Tselms. Tres letones se negaron en el último minuto a participar en la ejecución.
Yákov Yurovski habló brevemente en el sentido de que sus familiares Románov habían intentado salvar a la familia imperial, que este intento había fallado y que los soviéticos estaban obligados a dispararles a todos. Cuando Yákov Yurovski levanta el revólver y declara al zar que el pueblo ruso lo ha condenado a muerte, el zar alcanza a balbucear «¿Qué?», y le dispara en la cabeza casi a quemarropa.
El zar cae instantáneamente muerto, Yákov Yurovski y su escuadrón abrieron fuego con pistolas contra los prisioneros. Debido a la cantidad de gente apiñada en un sitio tan reducido llevó a una masacre desordenada. La zarina Alejandra se alcanza a incorporar haciendo la señal de la cruz y es muerta de un disparo en la cabeza por Piotr Ermakov. Las hijas, que llevaban corsés apretados y además en su interior estaban cargadas con joyas, no mueren inmediatamente y son rematadas a golpe de bayoneta.
Anastasia, murió rematada a bayonetazos realizados por Piotr Ermakov. El zar Nicolás II murió con 50 años recién cumplidos. Una de las empleadas que no recibió la primera descarga fue perseguida dentro de la habitación y rematada a bayonetazos, e incluso la mascota de la gran duquesa Tatiana, su perrito, fue muerto de un disparo.
Piotr Ermakov, le disparó a María Románov que intentó correr hacia la puerta. En medio del caos, del humo y del olor acre de la pólvora, cuando cesaron los disparos seis de las víctimas seguían vivas: el zarévich Alexis, sobrevivió a la primera descarga y fue asesinado por Yurovski en el remate de moribundos, de dos disparos a la altura del oído. También tres de las hijas del zar, Demidova, la dama de honor, y el doctor Yevgueni Botkin.
Demidova se defendió y defendió también la caja metálica con las joyas, pero fue matada por las bayonetas de los guardias contra una de las paredes. También atacaron así a las restantes hijas del zar: «Las bayonetas no entraban en los corsés», dijo luego Yurovski, en referencia a las piedras preciosas que llevaban cosidas a sus ropas, habían resistido los balazos y hasta el filo de los sables. La matanza duró unos veinte minutos y no los dos o tres que evocaba el asesino Yurovski.
Fue una carnicería ejecutada por una banda de asesinos, comandada por Yákov Mijáilovich Yurovski, jefe de la temible Checa local. El único sobreviviente de la familia real fue el spaniel negro de Anastasia. Fue rescatado por un oficial británico de la Fuerza de Intervención Aliada, que actuó en la guerra civil rusa, y vivió sus últimos años en Windsor, Berkshire, Reino Unido. Fueron asesinados el zar Nicolás II, su mujer, Alejandra, el heredero del trono, el zarévich Alexis, de 13 años y las hijas mayores, Olga, de 22 años, Tatiana, de 21, María, de 19 y Anastasia, de 17.
Al día siguiente, Yurovski, ordenó al jefe de la guardia, Medvédev, que se encargara de limpiarlo todo. Un escuadrón de guardias, con cepillos y baldes de agua y de arena se encargó de quitar, o de intentar quitar, las huellas de la matanza. Uno de ellos reveló:
«La estancia estaba como saturada de una neblina de pólvora, y olía a pólvora. Había agujeros de bala en las paredes y el suelo. Había muchos agujeros de bala en una pared. (…) No había marcas de bayonetas en las paredes. Dondequiera que había agujeros de bala en la pared y el suelo, había sangre alrededor; en las paredes había salpicaduras y manchas, y en el suelo, pequeños charcos. Había también gotas y charcos de sangre en los demás cuartos que uno debía cruzar para llegar al patio de la Casa Ipátiev. Había manchas de sangre parecidas en las piedras del patio que conducía a la puerta de entrada (…)».
Temiendo que el rumor sobre el fusilamiento indujera a recuperar los cuerpos, Yákov Yurovski, ordenó su traslado y destrucción de los cadáveres. La Checa de Ekaterimburgo cargó los cadáveres en un camión y los condujo hasta el bosque cercano y al borde de la mina de oro abandonada, ubicadas 12 km fuera de la ciudad, en la mina que se llama «los cuatro hermanos». Entre las seis y las siete de la mañana Yákov Yurovski ordenó que el destacamento desnudara y quemara los cadáveres. Luego reveló:
«Cuando comenzaron a desvestir a una de las muchachas, vieron un corsé parcialmente desgarrado por las balas; por la rajadura asomaban diamantes. Los ojos de todos se iluminaron y tuve que despedir a todo el mundo (…) El destacamento procedió a desnudar y quemar los cuerpos. Resultó que Alejandra Fiódorovna llevaba un cinturón de perlas hecho con varios collares cosidos a la tela de lino. Los diamantes fueron reunidos, pesaban aproximadamente medio pud (ocho kilos) (…) Tras guardar los elementos de valor en bolsas, los demás objetos hallados en los cuerpos fueron quemados junto a ellos y los cadáveres descendidos a la mina».
Yurovski eludió relatar los vejámenes que sus hombres cometieron con los cuerpos, en especial con el de la emperatriz. Los indicios del sitio donde habían sido arrojados los cadáveres quedaron a flor de tierra: entre ellos, un diamante de diez quilates, regalo de Nicolás a Alejandra, que los asesinos olvidaron, o dejaron caer por accidente sobre el pasto, al igual que la Cruz de Ulm del emperador.
Yákov Yurovski dispuso entonces un segundo enterramiento. Regresó en la noche del 18 a «Los Cuatro Hermanos», bautizado así por cuatro gigantescos pinos que crecieron de una sola raíz, convencido de que la profundidad de la mina de oro abandonada era escasa, unos tres metros, y de que había pozos mineros más profundos camino a Moscú.
Junto a otro destacamento de la Checa, con bidones de querosén y ácido sulfúrico, hizo exhumar los cadáveres, cargarlos en un camión y dirigirse por el camino a Moscú. Todo fue para peor. El camión se atascó en el barro cerca de Porosenkov Log (Barranco de los cerditos) y los cuerpos fueron a parar a una tumba cavada en el lodo. Tiraron sobre ellos el ácido y cubrieron todo con tierra y ramas.
Yurovski separó el cuerpo del zarévich y de una mujer para enterrarlos a unos quince metros de distancia, con la idea de desviar la atención de la otra fosa común. La mujer enterrada con el zarévich estaba desfigurada y Yurovski creyó que era Anna Demidova, la dama de honor de la zarina, pero era la gran duquesa María, una de las hijas del zar, hermana del zarévich. Sus huesos carbonizados fueron luego destrozados con espadas y arrojados a un pozo más pequeño. En el año 2007 se encontraron cuarenta y cuatro fragmentos óseos que permitieron identificarlos. El sitio del entierro se mantuvo en secreto hasta 1989.
El historiador Richard Pipes, dice de Yurovski: «Un individuo siniestro, lleno de resentimiento y frustraciones, un tipo humano que por aquellos días se sentía atraído hacia los bolcheviques». La Checa, o Comisión Extraordinaria Panrusa, escondía bajo ese nombre al organismo de inteligencia política y militar creado por los soviéticos en 1917, que había reemplazado a la también temida «Ojrana» zarista, que había copiado sus métodos y en algunos casos había usado a los mismos asesinos y torturadores del zar.
En 1977, el primer secretario de la región, Boris Yeltsin, ordenó la demolición de la Casa Ipátiev. Años más tarde Yeltsin escribiría en sus memorias, publicadas en 1990, que «tarde o temprano nos avergonzaremos de esta barbarie». En otro de sus libros, «Prezydencki maraton» (2001), Boris Yeltsin recuerda:
[…] a mediados de los 70, tomé esta decisión con bastante calma. Igual que el alcalde de la ciudad. No quería ningún escándalo extra. Además, no pude evitar esto: la decisión era del órgano más alto del país, oficial, firmada y ejecutada en consecuencia. ¿No cumplir con la decisión del Politburó? Como primer secretario del comité regional, ni siquiera podía imaginar esto. Pero incluso si hubiese desobedecido, el nuevo primer secretario del comité regional que habría venido a ocupar mi lugar habría cumplido con la orden.
Son palabras del entonces camarada Boris Yeltsin, primer secretario comunista de los Urales y el encargado de hacer demoler aquella casa, y que luego sería parte activa y testigo de la caída del comunismo y de la Unión Soviética en 1991.
El relato de uno de los ejecutores.
Para la ejecución, se seleccionaron a once hombres con revólveres. Dos de ellos se negaron a disparar contra las mujeres. Cuando llegó el vehículo, todos dormían. Al despertarlos se les explicó que, debido a la intranquilidad existente en la ciudad, era necesario trasladarlos del piso superior al inferior. Demoraron media hora en vestirse. Abajo habíamos vaciado una pieza que tenía un tabique de madera estucado, para evitar el rebote. La guardia se encontraba en disposición combativa en el cuarto vecino. Los Románov no sospechaban nada. El comandante fue a buscarlos en persona y los condujo hacia la pieza. Nicolás llevaba en brazos a Alexis, los demás llevaban almohadillas y otras cosas pequeñas. Al entrar en la habitación vacía, Alejandra Fiódorovna preguntó: “Cómo, ¿no hay ninguna silla? ¿Ni siquiera podemos sentarnos?” —según el relato de Yurovski, se trajeron dos—, Nicolás puso en una a Alexis y en la otra se sentó Alejandra Fiódorovna. A los demás se les ordenó formar una fila. Hecho esto, llamaron al comandante. Cuando este entró, dijo a los Románov que, como sus parientes en Europa continuaban la ofensiva contra la Rusia soviética, el Comité Ejecutivo de los Urales había decretado fusilarlos. Nicolás se volvió de espaldas, de cara a su familia, y luego, como recobrándose, se volvió y preguntó: “¿Qué?, ¿qué?”. El comandante repitió la explicación y ordenó al comando que se preparara. Cada uno sabía de antemano contra quién iba a disparar. La orden era apuntar al corazón para evitar el derramamiento de mucha sangre y terminar más rápido. Nicolás no dijo una sola palabra más, de nuevo se volvió cara a su familia, otros lanzaron exclamaciones incoherentes. Luego comenzaron los disparos, que duraron dos o tres minutos. Nicolás fue muerto por el mismo comandante a quemarropa. Luego murieron Alejandra Fiódorovna y su séquito. En total, fueron fusiladas doce personas: Nicolás, Alejandra Fiódorovna, su hijo Alexis, sus cuatro hijas (Olga, Tatiana, María y Anastasia), el doctor Yevgueni Botkin, el criado Trupp, el cocinero Tijomírov, otro cocinero y una camarera cuyos nombres el comandante no recuerda.
El comunicado oficial del Sóviet de los Urales.
«Decisión del Presídium del Sóviet de Diputados de Obreros, Campesinos y Guardias Rojos de los Urales:
En vista del hecho de que bandas checoslovacas amenazan la capital roja de los Urales, Ekaterimburgo, que el verdugo coronado podía escapar al tribunal del pueblo (un complot de la Guardia Blanca para llevarse a toda la familia imperial acaba de ser descubierto) el Presídium del Comité Divisional, cumpliendo con la voluntad del pueblo, ha decidido que el ex zar Nicolás Románov, culpable ante el pueblo de innumerables crímenes sangrientos, sea fusilado».
«La decisión del Presídium del Comité Divisional se llevó a cabo en la noche entre el 16 y 17 de julio».
Endoso del Sóviet Central.
«Decisión del Presídium del Comité Ejecutivo Central Panruso del 18 de julio.
El Comité Central Ejecutivo de los Soviets de Diputados de Obreros, Campesinos, Guardias Rojos y Cosacos, en la persona de su presidente, aprueba la acción del Presídium del Soviet de los Urales.
El presidente del Comité Ejecutivo Central Panruso, Sverdlov».
El hallazgo de los cuerpos.
En mayo de 1979, un investigador local, Aleksandr Avdonin y el cineasta Geli Ryábov hallaron la posible tumba de la familia imperial en el bosque de Koptiakí. La tumba cavada por Yurovski y los suyos era poco profunda, rescataron tres cráneos, pero no encontraron ni científicos ni laboratorios que quisieran examinarlos, temerosos de lo que podrían descubrir. Estas dos personas tuvieron miedo de informar sobre el descubrimiento, y los volvieron a enterrar en 1980.
El 12 de abril de 1989 los periódicos publicaron la noticia del hallazgo. La tumba no fue abierta hasta 1991 por las autoridades soviéticas y encontraron en su interior nueve cuerpos. Mediante el examen de los esqueletos, los científicos soviéticos llegaron a la conclusión de que faltaban los cuerpos del zarévich Alexei y de la gran duquesa Anastasia.
Resulta que el cuerpo de Anastasia siempre estuvo ahí, el que faltaba era el de la gran duquesa María. En 2007 se anunció el descubrimiento de los cuerpos de María y Alexei que, tras realizarles las pruebas de ADN correspondientes, fueron enterrados junto a sus padres y hermanas. Es decir, que las identificaciones de los esqueletos fueron confirmadas a posteriori mediante análisis de ADN. La familia imperial Románov están enterrados desde el año 1998 en la catedral de San Pedro y San Pablo en la capital imperial San Petersburgo, junto a los demás zares.
Posteriormente, el zar Nicolás II, su mujer y sus hijos fueron canonizados por la Iglesia ortodoxa rusa fuera de Rusia.
Durante la guerra civil rusa, el ejército «Blanco» se apoderó de Ekaterimburgo, el día 25 de julio, ocho días después de la ejecución del zar. De inmediato ordenaron al tribunal regional de Omsk a cargo de Nikolai Sokolov, una investigación que encontró una gran cantidad de objetos de los Románov en el sitio del primero de los entierros: huesos quemados, el maxilar superior y los anteojos del doctor Yevgueni Botkin, corsés, insignias, zapatos, pero no hallaron los cadáveres.
Al siguiente año, ante la inminente llegada a Ekaterimburgo de los bolcheviques dispuestos a retomar la ciudad, los blancos huyeron con la caja que almacenaba las reliquias recogidas por Sokolov, que se conservó en la Iglesia Ortodoxa Rusa de Uccle, Bélgica. Sokolov murió de un infarto en París, en 1924, sin poder completar su investigación, que se editó como libro en francés ese mismo año y, luego, en ruso.
En 1938 Stalin prohibió toda discusión, información, recuerdo, evocación o mención del asesinato de los zares y su familia, incluido el informe Sokolov. Stalin tenía treinta y nueve años y ya era un dirigente comunista de importancia cuando sucedió la matanza de Ekaterimburgo. En 1977 Leonid Breznev juzgó que la Casa Ipátiev, la del «Propósito Final», no tenía «suficiente importancia histórica»: fue demolida un año antes de cumplirse el 60 aniversario de los asesinatos.
Fue durante la glasnost y la perestroika (apertura y transparencia) que fue llevada a cabo por Mijaíl Gorbachov, la que impulsó a que, en abril de 1989, Ryábov revelara a The Moscow News cuál era el sitio en el que estaban enterrados los Románov. Los restos fueron desenterrados en 1991 por funcionarios soviéticos que actuaron de apresurada y muy poco profesional, que destruyeron el sitio y valiosas pruebas.
Con análisis de ADN realizados en Londres con el aporte genético de los pocos herederos del linaje Románov, Nicolás, Alejandra y tres de sus hijas fueron enterrados en la Capilla de Santa Catalina, en la Catedral de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, acompañados por una multitud. Fue a las 13:30 del 17 de julio de 1998, al cumplirse ochenta años de sus muertes.
El ataúd del zar, adornada con águilas bicéfalas y coronado por una cruz, una espada y su vaina, construida en roble del Cáucaso, de apenas un metro veinte de largo. «Todos somos culpables, incluido yo mismo», dijo el entonces presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, aquel que se había encargado bajo protesta de demoler la «Casa del Propósito Final».
Junto al de Nicolás II, se colocaron los ataúdes de las grandes duquesas Olga, Tatiana y Anastasia, debajo se habían depositado los féretros del cocinero Jaritónov, del ayudante de cámara Trupp, de la dama de honor Demidova y el del doctor Yevgueni Botkin. Dejaron espacio para otros dos féretros, el de Alexis y el de María, que fueron sepultados en octubre de 2015. Los Romanov estaban juntos otra vez. Pero la dinastía que había gobernado a Rusia por 305 años, había sido borrada en 1918.
El 16 de julio de 2018, Rusia hizo el mea culpa en el centenario del asesinato del último zar, Nicolás II, y su familia a manos de los bolcheviques, un crimen que es condenado por la mayoría de los rusos. «¡Perdónanos, Señor!», rezaban los carteles que fueron desplegados en numerosas ciudades, San Petersburgo, Sebastopol, Rostov o Novosibirsk, es así como los rusos actuales expresan su arrepentimiento por la ejecución realizada en la guerra civil que estalló tras la Revolución Bolchevique.
Luego de cien años, esa herida sigue sangrando. El crimen al día de hoy aún no está resuelto. Se conoce quiénes fueron los ejecutores, pero no sobre la autoría intelectual y política, y en especial el papel de Lenin.
Según un sondeo publicado en 2018, más de la mitad de los rusos cree que el fusilamiento de Nicolás II, su esposa, sus cinco hijos y cuatro sirvientes perpetrado en la madrugada del 16 al 17 de julio en Ekaterimburgo, entonces Sverdlovsk, capital de los Urales, fue un «crimen monstruoso». Una tercera parte opina que el zar merecía ser castigado, pero no de esa forma tan cruel.
El Kremlin se mantuvo al margen de los actos conmemorativos en un intento de no tomar partido entre rojos y blancos. El presidente ruso, Vladímir Putin, un creyente confeso, en el 2018, andaba con pies de plomo en todo lo que tiene que ver con las figuras históricas, sea el fusilamiento de Nicolás II, Lenin y su mausoleo, o la rehabilitación de la figura de Stalin.
Durante la invasión a Ucrania, se dejó de cuidados y condenó a toda la banda bolchevique, marcando un no retorno al marxismo. En cambio, la Iglesia Ortodoxa Rusa, que canonizó a la familia imperial nada más llegar Vladimir Putin al poder en el año 2000 y es el guardián del legado zarista, eligió el bando zarista. El Patriarca ortodoxo Kiril viajó a Ekaterimburgo para presidir los actos conmemorativos en compañía de María Románova, la jefa de la Casa Imperial Rusa, y su hijo Gueorgui, el heredero al trono.
Kiril ofició esa noche una misa en la Catedral de la Sangre Derramada, templo que fue erigido en 2003 en el lugar donde estaba la Casa Ipátiev, en cuyo sótano fueron asesinados los miembros de la familia real. Seguidamente, encabezó una procesión de más de 20 kilómetros hasta el descampado situado en las afueras de la pequeña localidad de Shuvakish.
También llevó a Ekaterimburgo los restos de Elizaveta Fiódorovna, hermana de la emperatriz, que fue asesinada al día siguiente que la familia imperial, reliquia que podrá ser venerada por los fieles ortodoxos. La Gran Duquesa María Románova, hizo un llamado a los rusos a la «reconciliación», y realizó un viaje a Tobolsk, ciudad siberiana donde la familia del zar estuvo confinada tras su apresamiento en marzo de 1917.
En Tobolsk, Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos -el heredero de la corona, el zarévich Alexéi, y las princesas Olga, Tatiana María y Anastasia- permanecieron bajo custodia entre agosto de 1917 y abril de 1918. Luego serían trasladados a Ekaterimburgo, donde serían fusilados, para luego ser desfigurados, calcinados y sepultados. La Gran Duquesa María, dijo: «Hay que perdonar. Pero sería incorrecto olvidar lo que ocurrió entonces. Fue una ejecución perpetrada por un régimen totalitario por motivos religiosos, sociales y de clase».
El Comité de Instrucción intentó en 2018 arrojar un poco de luz al misterio, que ha generado en cien años toda clase de hipótesis, cada una más descabellada que la anterior, al asegurar que los análisis genéticos han confirmado que los restos encontrados en 1979 y 2007 pertenecen a la familia imperial. Pero la Iglesia, al igual que los descendientes del zar, sigue sin reconocer la autenticidad de los restos. En 2015 la familia ordenó la exhumación de los cuerpos enterrados en la Fortaleza y Pedro y Pablo de San Petersburgo.
Tampoco se quiere indagar en el papel de Lenin. Algunos historiadores, que se basan en las memorias de León Trotski, consideran que el fundador de la Unión Soviética ordenó el asesinato del zar, que había abdicado el 2 de marzo de 1917 tras la Revolución (burguesa) de Febrero. Pero no hay documentos que lo prueben, la propia María Románova reconoció que «nunca se encontraron documentos que lo confirmen». Asesinatos de ese tipo y en esas circunstancias, no se hacen ante escribano público. Lo que se pierde de vista es que se trata de un crimen de Estado, y que la familia zarista fue ajusticiada sin investigación ni juicio.
En la película de David Lean, «Doctor Zhivago», uno de los personajes Alexander Gromeko, interpretado por el actor inglés Ralph Richardson, dice a Yuri Zhivago, metido en la piel de Omar Sharif: «Han fusilado a los zares… ¡Y a toda la familia! ¡Es una salvajada!». Zhivago le contesta: «No, quieren mostrar al mundo que ya no hay vuelta atrás».
Con la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania, una verdadera salvajada, eso parece repetirse. Vladimir Putin quiere decirle al mundo «que ya no hay vuelta atrás». No hay retorno a Occidente y que solo queda el mundo Oriental, que solo queda China, Irán, Siria, Corea del Norte y todo el eje de la barbarie.
La película «Doctor Zhivago», estrenada en 1965, estaba basada en la novela del mismo nombre escrita por Boris Pasternak en 1957. Pasternak fue merecedor del Nobel de Literatura al año siguiente y el entonces premier ruso, Nikita Kruschov, le prohibió viajar a recibirlo porque pensaba, con razón, que el novelista tenía buenos contactos con Estados Unidos. La novela, famosa en todo el mundo, no se publicó en la Unión Soviética hasta 1988.
Ese imperio mundial fundada en la sangre y los gulags, en la delación, en el poder etológico, que sin embargo prometía un Hombre Nuevo, metida hoy en una guerra invasiva que pretende destruir a Ucrania, no tiene más remedio que dar la razón al desventurado Zhivago, atormentado como estaba en la búsqueda del amor.
Pero el zar Nicolás II y el Káiser Guillermo de Alemania eran primos. Antes de la guerra, se enviaban cartas que empezaban con las palabras afectuosas de «Querido Nicky» o «Querido Willy». Luego estarían enfrentados a muerte. Su mismo primo, el emperador alemán, fue quien organizó y financió el viaje de Lenin de su exilio en Suiza a San Petersburgo, garantizó su entrada a Rusia y sufragó gastos necesarios para conseguir el derrocamiento de su primo Nicolás II.
Así es la historia, eso es dialéctica de imperios. El golpe bolchevique de Octubre (la Revolución fue a posteriori) depuso el gobierno de Aleksandr Kerenski con el que los mencheviques habían cooperado y fulminó cualquier entendimiento con sus rivales. Yuly Mártov propuso un gobierno de coalición para evitar la guerra civil, pero Lenin ya había prohibido a los bolcheviques cualquier intento de coalición con sus antiguos compañeros.
León Trotski los denunció como «contrarrevolucionarios» y en diciembre comenzó la Checa, la política represiva contra los «enemigos del pueblo». Dando inició al terror revolucionario que Lenin aplicó a semejanza de los jacobinos franceses. La represión contra los mencheviques -y contra los eseristas, anarquistas y, en general, contra cualquiera que no fuera de los suyos, comenzó en 1919 y fueron proscritos al año siguiente. Mártov se había exiliado y el terror político se extendió.
El líder de los bolcheviques, Lenin, la escisión más radical de los socialistas rusos, exigía la retirada inmediata de Rusia de la Primera Guerra Mundial (exigencia alemana del pacto con Lenin) y la entrega de todo el poder a los sóviets. Los bolcheviques, no obstante, se recuperaron políticamente de esa intentona con su oposición al golpe de Estado del general Kornílov en septiembre.
Embalados por la fragilidad del Gobierno provisional, los bolcheviques se hicieron con el poder en octubre de 1917. El golpe de Estado de Octubre y la posterior Revolución, supuso la implantación política del comunismo o marxismo en Rusia. Lenin, impulsó una reforma agraria que expropió las tierras de los nobles y las repartió entre los campesinos. El país abandonó la Gran Guerra con el Tratado de Brest-Litovsk.
Los bolcheviques tuvieron que hacer frente a los contrarrevolucionarios rusos en la guerra civil de 1917 a 1923. El triunfo del Ejército Rojo consolidó la Revolución y permitió la formación del primer Estado comunista de la historia: la Unión Soviética, la URSS.
15 de agosto de 2023